Pensemos el sueño como en capas sucesivas. De a poco me fui sumergiendo en un vaivén de arriba hacia abajo. Bocanadas de aire somnoliento se colaron por mi boca y mi nariz. Así me dejé arrastrar por sus suaves olas y, cual partícula infinitesimal que flota en el agua, fui saliendo a la superficie y volviendo a decender.
Aún en esas capas que se mantienen próximas a la vigilia, como aguas que bordean una isla, percibía el contorno de mi propia figura que pugnaba por borrarse de mi conciencia para deshacerse en un estado etéreo; como si pretendiese mi cuerpo arrancarse de las garras de la realidad y perderse en un mundo tan conocido y a la vez tan impredecible.
El contexto aún perceptible, se iba haciendo escurridizo y el deseo de un presente sin tiempo se intuía satisfecho.
Verme, sin poder mirar, en un escenario cambiante y antojadizo, fue indicador de que ya me encontraba sumergido.
Mi cuerpo ya descansado, en un envión de realidad fue depositado bruscamente en la superficie, atravesando miles de capas, nunca infinitas, de las que pretendía agarrarme, fracasando en cada intento. Malherido por los impactos, me descubrí en un ambiente conocido. En el mismo lugar del cual había partido. Pero yo ya no era el de antes, y no lo volvería a ser. Porque después de cada viaje, una parte de mí siempre va logrando permanecer en la basta profundidad de mí sueño, hasta que por fin, ya nunca más tenga que volver.
F.M.V.
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